CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO Treinta y seis grados 
treinta

Treinta y seis grados 

Eduardo Magoo Nico


La he perdido

Irremediablemente

Mis intentos han sido insignificantes

Tardíos

Inútiles

Me engaño a mi mismo con los refugios de ventura

Las pequeñas chozas

Los ranchos transparentes

Las casitas de cartón

Y las enramadas de todas las etnias



Aquella vez

Pusimos una lámpara de camisa incandescente

En el espacio que está detrás del rancho

(Que fue jardín cuando mi madre se ocupaba

De sus plantas con flores y de los frutales)

Una de esas lámparas de alcohol o kerosene

Que usábamos años atrás en el campo

Y que se siguen usando

 

A Federica le llamaron inmediatamente la atención

Las mariposas nocturnas

Que para mí habían sido hasta esa noche

Solo una molestia más, como por otra parte

La infinidad de insectos que asolan las pampas

(Digamos que de “las nubes de langostas”

Ya mi generación se había librado

¿Qué terribles consecuencias traerá esto?

No lo sabemos)

 

Darwin describe en un pasaje de sus crónicas

Una enorme bandada volando sin interrupción

Durante varias horas a diez millas de la costa sudamericana

En la que, según él, era imposible (incluso con el catalejo)

Encontrar un trozo de cielo abierto

Entre el aleteo tambaleante de las mariposas

 

¡Tenemos aún las mariposas!

Que acudieron en masa al entorno de la luz

Describiendo miles de curvas, espirales

Y rizos de sombras coloreadas

Con pericia de entomóloga, Federica

Extendió una gran sábana blanca bajo la lámpara

Donde iban a posarse por un momento

(O simplemente caían agotadas)

Cientos de mariposas

 

La mayoría era de un color básico sencillo

Y mostraban al agitar las alas

Líneas transversales u onduladas

Manchas en forma de luna apenas naciente

Pecas, flecos, franjas en zigzag

Y nervaduras de colores inimaginables:

Verde seco mezclado con azul

Algún tono intermedio entre el alazán y el azafrán

Ese amarillo arcilloso que aflora

Bajo el blanco satinado

Y un extraño brillo metálico como de latón

Salpicado de oro pulverizado

 

De día duermen

Están como muertas cuando se las encuentra

Deben saltar por el suelo como un "Piper"

Antes de levantar el vuelo

La temperatura de su cuerpo es entonces

De treinta y seis grados

Como la de los mamíferos, los delfines

Y los atunes, cuando van a gran velocidad...

¡Treinta y seis grados!

¡Una especie de umbral mágico!

Todos los males del hombre

Están relacionados de algún modo

Con la desviación de esa norma

Y con el estado ligeramente febril

En que continuamente nos encontramos...

 

Ella amaba, sobre todo

Las estelas de luz

Las huellas o los fantasmas

Que dejaban los insectos detrás de sí

Tras brillar una fracción de segundo...

Ese relampaguear de lo irreal en lo real

Y determinados efectos que se proyectaban en el paisaje

(O en los ojos de la persona amada)

 

A veces, al ver una de esas polillas

Que vienen a morir en mi casa

Pienso en qué clase de miedo y de dolor sienten

En el momento en que se extravían...

En mi extravío

Yo me he sentido más de una vez

Una falena azul en el último trance

Agarradita a la vida con toda la fuerza de mis garras

Como aquella noche a la tela de lino

En la que Federica me observaba

Mientras mi cuerpo transido de amor

Comenzaba a paralizarse

 

Entonces, todas las formas y colores

Se disolvían en una neblina perlada

No había contrastes ni graduaciones

Solo transiciones fluidas

Con pulsaciones de luz

Que reflejada en sus ojos

Me transmitían una especie de sensación de eternidad

O aceptación

O alma

Un alma tan llena de almas

Que parecía una nube palpitante

De luz multicolor.

*Imagen proporcionada por el poeta.